Miguel Jara escritor y periodista a colgado en su web un artículo que se hace eco de una noticia de los Estados Unidos, donde la comisión federal de comunicaciones (FCC) se replantea la revisión de los límites máximos de radiación de los sistemas inalámbricos(son niveles inferiores a los vigentes en europa), vigentes desde hace quince años.
La exposición a este tipo de ondas electromagnéticas nada tiene que ver con la que había hace 15 años, más aún en España, donde la radiación ambiental de ha tenido una evolución miles de veces superior a esa época, también los métodos empleados para tomar esos límites basados en el SAR (inglés) o TAE (español) tasa de absorción específica, no contemplan los efectos no térmicos y por lo tanto no sirven para la protección de los seres vivos (estudios científicos), más aún cuando las frecuencias de emisión inalámbrica actuales son más altas, digitalizadas y pulsadas, también es curioso la forma de negar reiteradamente la evidencia y el reconocimiento de que esto es así y decir que no pasa nada.
Lo siguiente es el artículo publicado por Miguel Jara.
La Comisión Federal de Comunicaciones estadounidense (FCC) sospecha ahora que los estándares de seguridad de las radiaciones de teléfonos y dispositivos inalámbricos no protegen a las personas. Hace 15 años que no se actualizan los estándares de radiación. De manera contradictoria -como se dice ahora, para no crear “alarma”- explican que no hay que tener miedo, que no hay peligro. Pero cuando se hicieron los controles el tiempo máximo de llamada por móvil que se evaluó de cara a los efectos térmicos (los únicos que reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS) que afectan a la salud -contraviniendo las investigaciones de los científicos independientes- fueron cuatro minutos y una sola llamada. La persona sobre la que se hicieron las pruebas sobre efectos térmicos era un adulto de mediana estatura y complexión. Los efectos biológicos (a largo plazo) no se tuvieron en cuenta. Nunca se hicieron pruebas con una cabeza de un ser humano, sino con una bolsa de plexiglás con un gel dentro a la que se aplicaba un móvil en llamadas (4′, una llamada).
Nuestra cabeza, al menos la de la mayoría de las personas, no contiene gel, sino un cerebro con capacidad para realizar procesos eléctricos de gran complejidad que requieren ser respetados no irradiados con frecuencias de más de dos mil millones de ciclos por segundo.
Los controles no se hicieron con niños, mujeres (ni embarazadas ni sin estarlo) ni ancianos, población más vulnerable por lo general a estas radiaciones que el tipo elegido. No se sabe qué sucede cuando en lugar de 4′ el terminal móvil se deja pegado a la oreja, a menos de dos centímetros del cerebro 15 ó 20 minutos o incluso más y a veces varias ocasiones por día, que es lo que suele utilizar el móvil buena parte de la población. Además, los móviles que se evaluaron no eran los 3G o los 4G que se utilizan ahora que emiten ondas pulsadas con una frecuencia de radar. Hoy utilizamos más veces al día estos aparatos, durante más tiempo y emitiendo con mayor potencia.
La FCC y las demás agencias del ramo, se han pasado 15 años observando cómo la industria de la telecomunicaciones hace de los más pequeños y adolescentes su cantera de clientes para el futuro ofreciéndoles móviles y dando a entender que esos móviles que han puesto en el mercado irradian menos, cuando irradian exactamente lo mismo (algunos móviles pueden llegar a emitir en el momento de conexión niveles de intensidad de hasta 1.250 microwatios/cm2. Para que se pueda evaluar en su justa medida decir que una antena de telefonía tiene permiso para emitir hasta 450 microwatios/cm2 de llegada a la piel, si bien no suele utilizar este margen porque saben que se quedarían sin clientes.
Llama la atención que los gobiernos, como ha sucedido con el tabaco, actúen en beneficio de la salud pública cuando ya no pueden más con los costes sanitarios de los daños que provocan muchos productos y tecnologías cuya expansión sin control han permitido. Necesitado siempre de excusas, tal vez la crisis justifique que se hagan controles para evitar gastos astronómicos sanitarios propiciados por el uso de aparatos que emiten radiaciones consideradas posibles cancerígenos por la OMS.