En nuestra sociedad actual lo que pondera son los resultados económicos por encima de cualquier otro factor, ya sea medioambiental, o cuestiones de salud. Esto ha hecho que surjan multitud de nuevos productos, aditivos, tecnología, etc., que han sido promovidos por la era industrial y los avances en ciencias físicas, químicas y de cualquier índole de investigación.
Lo curioso de este avance es que los productos de nueva generación van dirigidos al consumo en masa, con lo cual los destinatarios son los primeros perjudicados por sus posibles efectos secundarios, se puede debatir como por medio de campañas de marketing, publicidad y estrategias comerciales (aparte de grandes lobbys de presión en los estamentos legislativos de los países, que se aseguran que las leyes les sean propicias), crean una necesidad de consumo, por supuesto una necesidad artificial, que hace que el negocio funcione y genere multimillonarios beneficios, estos son factores determinantes de por qué las cosas funcionan así y de por qué hay tanta dificultad en aplicar el PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN, con argumentos como la pérdida de puestos de trabajo, involución técnica, pérdida de calidad de vida, etc., pero son argumentos falsos y demagógicos que lo único que pretenden es mantener el estatus quo.
Hasta ahora las cosas se han hecho de una determinada manera, esto es: corporaciones y personas siempre dentro de la “legalidad” pueden hacer lo que quieran, hasta que supuestos afectados por un producto o sustancia pueda probar que produce daños, o sea, debe probarse que ocurrió un daño antes de tomarse medidas alternativas. Esto lleva a años de litigio, con unos costes económicos muy altos, que la gente normal no puede asumir.
Hay múltiples ejemplos: el plomo en multitud de productos (combustibles, pinturas, etc.), los asbestos, productos con mercurio, productos agroquímicos, etc.
Esto supone que se anteponen los resultados económicos (menores costes de producción, mayores beneficios), el no tener en cuenta los efectos en la salud y el medioambiente, en hacer las cosas de una manera que no se tengan en cuenta los resultados a largo plazo, enterrar residuos radiactivos, agregar elementos químicos en tabaco, gasolina, productos de limpieza, etc., ). La evaluación de los riesgos nos diría la probabilidad y cantidad de daños por la actividad, y entonces tendríamos que hacer cumplir los límites a la actividad para prevenir que los daños sobrepasen los niveles «aceptables». En el caso de daños que son raros o desconocidos, se supone que nos enteraremos de estos daños ocultos, de maneras que pueden ser desagradables y traumáticas, pero que no serán inaceptablemente costosas o dolorosas.
Con el PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN, lo que se intenta es la protección de la ciudadanía y el medioambiente, el objetivo es no causar daño presé (daños “aceptables” que se aluden desde la industria), evitar los daños hasta donde podamos.
Multitud de organizaciones internacionales de toda índole, abogan por la adopción sistemática del principio de precaución1, el Principio 15 de la Declaración de Río sobre el Ambiente y el Desarrollo (1992); dice: «Para proteger el ambiente, el enfoque preventivo deberá ser aplicado ampliamente por los Estados [naciones] de acuerdo con sus capacidades. Donde haya amenazas de daño serio o irreversible, la falta de una certeza científica total no deberá ser usada como una razón para posponer medidas rentables para prevenir la degradación ambiental«. Rentable significa con el mínimo costo.
El objetivo general no es causar daños «aceptables» a los seres humanos y el ambiente; el objetivo principal es evitar los daños hasta donde podamos. Una vez que se ha escogido la manera menos perjudicial, la observación continúa en caso de que la decisión haya sido errada (siempre existe esa posibilidad).
Si tenemos una sospecha razonable de daños, acompañada de incertidumbre científica, entonces, todos tenemos el deber de tomar medidas para prevenir daños.
¿Cómo?:
• Estudiando todas las alternativas razonables para lograr la seguridad de los productos, con la expectativa de que se preferirá el enfoque menos perjudicial.
• Hacer recaer la carga de las pruebas sobre los proponentes de las nuevas actividades o tecnologías -ellos llevan la carga de presentar información acerca de las consecuencias esperadas de sus actividades propuestas, observando y reportando a medida que se desarrolla la actividad, accediendo a pagar por cualquier daño que tenga lugar, y haciéndose responsable de remediarlo según sea necesario.
• Aquellos que resultarán afectados por la decisión deberían ayudar a tomar la decisión.
Existen muchos casos bien documentados en los que la forma en que se hacían las cosas, nos ha dejado un legado de problemas muy costosos por los cuales estamos pagando ahora (y estamos luchando por solucionar), que incluyen: el agotamiento de las pesquerías; los daños por la radiactividad; las exposiciones al benceno, los asbestos y los PCB [bifenilos policlorados, por sus siglas en inglés]; los daños a la capa de ozono de la Tierra; las exposiciones a la hormona artificial dietilestilbestrol (DES); el uso excesivo de agentes antimicrobianos y promotores del crecimiento; el plomo en la gasolina y el MTBE como substituto del plomo en la gasolina; el tributil estaño como pintura contra la podredumbre en barcos y botes; la contaminación química de los Grandes Lagos; la contaminación electromagnética, que crece sin ningún tipo de control lógico; y más. Esta lista podría extenderse fácilmente – contaminación y reducción drástica del salmón, bajos niveles de muchos químicos exóticos en las provisiones de agua potable típicas; la pérdida de especies a un ritmo de 100 a 1000 veces mayor que el ritmo histórico de las extinciones; la escasez de agua en muchas partes del globo; el aumento en la frecuencia del asma, la diabetes, los problemas del sistema nervioso, los cánceres de la infancia, etc. 2, y más argumentos científicos.
El sentido común nos dice, que si no estamos seguros de lo que hacemos, deberíamos proceder con precaución, la ciencia distingue claramente entre lo que sabe y lo que no sabe, así que prestar atención a la incertidumbre es una parte normal de la ciencia, con lo cual, usar el sentido común se aplica en ciencia y el principio de precaución también. La incertidumbre científica se ha de tomar como una advertencia, es una razón para preocuparse y combinada con la sospecha razonable de daños, es una clara justificación para tomar medidas preventivas y no en una excusa para seguir realizando actividades contaminantes.
El principio de precaución puede estimular y lo está haciendo, la innovación técnica, en la medida que se buscan alternativas a un desarrollo mas biocompatible y respetuoso con el medio, minimizado los daños y protegiendo a la salud humana, gran parte de la tecnología moderna es incompatible con los seres vivos y debe ser sustituida por tecnologías más nuevas basadas en principios aprendidos de la naturaleza. Necesitamos energía -pero probablemente la mejor respuesta no sea quemar más carbón o crear más desechos radiactivos inmanejables en plantas de energía nuclear. Necesitamos alimentos -pero las granjas que dependen fuertemente de fertilizantes sintéticos, pesticidas químicos y cultivos de ingeniería genética pueden no ser la mejor respuesta debido a su potencial efecto contaminante. Necesitamos sistemas de comunicación eficientes y rápidos, pero no a costa de invadir el medio de ondas electromagnéticas cuya potencia es millones de veces superior al que hay en la naturaleza de forma natural.
¿Hipotecaremos el futuro de nuestros hijos, del planeta y de la propia vida para satisfacer nuestras necesidades, o encontraremos formas de vivir en armonía con la naturaleza?
El transporte, la industria manufacturera, la agricultura y los sistemas de energía, sistemas de comunicación, todos tienen que ser reinventados, desarrollando tecnologías compatibles con la naturaleza se crearán nuevas oportunidades, no solo para la industria (que quizás dejaría de ser un oligopolio) si no para todos, para todos los que habitamos el planeta tierra.
La aplicación del principio de precaución está recogida en nuestra carta Magna, que garantiza la protección de nuestra salud y la conservación de nuestro medioambiente, no es cosa de ecologistas o de renegados de la ciencia y tecnificación, es un derecho constitucional al que todos deberíamos invocar.
1 El lenguaje de la precaución ha sido adoptado en muchos tratados y convenciones internacionales, tales como la Declaración del Mar del Norte (1987), el Protocolo de la Capa de Ozono (1987), la Declaración Ministerial de la 2da. Conferencia Mundial sobre el Clima (1990), el Tratado de Maastricht que creó la Unión Europea (1994), la Ley del Mar de las Naciones Unidas (2001), y el Protocolo de Cartagena sobre la Bioseguridad (2000), entre otros.
2 Poul Harremoes y otros, Late lessons from early warnings: the precautionary principle 1896-2000 [Environmental Issue Report No. 22] (Copenhagen, Denmark: European Environment Agency, 2001). (Documento de 3 megabytes).